Sin embargo, un suceso apocalíptico va a cambiar el rumbo de la historia. Nadie podrá en el futuro olvidar ya el día 3 de julio de 1793. Los habitantes de toda Europa saltaron de sus camas con el miedo impreso en sus caras. Un trueno explosionó en la oscuridad al tiempo que el suelo sufría intensas vibraciones. En el cielo, en el horizonte, podía verse una enorme herida. Se había abierto la Herida de los Cielos.
Toda Europa sufrió sus consecuencias. En España y Francia se perdieron poblaciones enteras en las costas bañadas por el Mediterráneo, al ser sacudidas e inundadas merced de las furiosas olas del mar. Los terremotos y los maremotos extirparon la vida de miles de personas en las costas africanas.
Las flotas en el Mediterráneo se hundieron en un temporal que duró semanas. Miles de personas sufrieron el terror y la impotencia en lo que parecía el fin del mundo. Pero si Europa fue castigada, Italia sufrió el mayor daño. Una enorme grieta, similar a la herida abierta en el cielo, dividió la península itálica por la mitad. Desde el sur del Veneto hasta Roma todo es destruido. Miles mueren al desaparecer Florencia y Roma. Muy pocos sobreviven al holocausto.
La Herida de los Cielos empezó a vomitar una especie de niebla luminiscente. Una niebla antinatural, densa y brillante, empezó a caer a tierra, siendo absorbida por ésta. Era la esencia de la magia, la magia en su estado más puro.
Venecia se encuentra en el borde norte de la grieta. Sobre la ciudad cayó inmediatamente la extraña niebla, penetrando en los suelos, en los canales y en la laguna. Algunos de sus habitantes, aterrorizados, observaron como era absorbida a través de su piel y sus pulmones se llenaban al respirarla.
Sin embargo, a los pocos días la normalidad volvió. Los terremotos enmudecieron, las tormentas cesaron y el sol volvió a brillar en un caluroso verano. La vida continuaba y el Dogo de la República, Ludovico Manín, vio la oportunidad de devolverle a Venecia su antiguo esplendor. Las flotas navales de sus rivales habían sido destruidas, mientras que la de Venecia se mantenía a salvo en el puerto. Si las dársenas venecianas volviesen a abrirse, en poco tiempo volverían a tener el control sobre el comercio en el Mediterráneo. Venecia volvería a ser gloriosa, el mercado de Rialto se alzaría de nuevo como el centro comercial de Europa y la Serenísima dejaría de ser el lupanar en el que se había transformado en los últimos años. Sin embargo no iba a ser tan fácil. Venecia había cambiado.
CARNEVALE
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